En el escenario actual, la odontología encabeza la lista de las profesiones de riesgo. Se han determinado tres pasos que se deben cumplir, obligatoriamente: cuidar el consultorio, el equipo médico y el paciente. La evolución de productos químicos y nuevos equipos juegan un papel clave en la atención.
La odontología siempre fue considerada una profesión de riesgo. La pandemia la ubicó a la cabeza de la lista en los grupos de mayor exposición. El establecimiento de seguridades –en este caso extremas– son la lucha diaria que enfrentan los odontólogos para cuidar de sí mismos y de los pacientes.
Las personas que acuden a un consultorio deben poner atención a los rigurosos protocolos que se ofrezcan. Y, los expertos en salud oral, por su parte, guiarse por un principio de universalidad que rige al oficio y que va de la mano con la ‘nueva normalidad’, que menciona que cada individuo debe ser tratado como si estuviese afectado por algún agente infeccioso. “Esto se ha implementado desde hace décadas. Hay que tomar en cuenta que todos pueden ser posibles portadores. Se los debe tratar así”, explica la periodoncista Ana Karina Ospina, cuya consulta privada se ubica en Quito.
Tres son los pasos que se deben cumplir, obligatoriamente: cuidar el consultorio, el equipo médico y el paciente. Con relación al primer punto, se ha evidenciado un incremento en el empleo de barreras físicas entre médico-paciente y en la desinfección. En la actualidad, es frecuente la aplicación de ozono, luz ultravioleta, agua electrolizada y ácido hipocloroso. Con estos químicos se higienizan los dispositivos. El amonio cuaternario es efectivo para purificar superficies y para rociar a quienes acuden a la consulta, durante su ingreso. El cloro y el alcohol al 70% o más, también son necesarios.
En lo correspondiente a los equipos, se han implementado termonebulizadores, que son mecanismos de vaporización, con sustancias que controlan la carga bacteriana que puede quedar suspendida en el ambiente, expedidas por las turbinas odontológicas. Están los termómetros infrarrojos y aerosoles con componentes de sanitización, bombas digitales y eléctricas. Cada odontólogo, de acuerdo a su especialización, escoge los instrumentos y químicos que requiera. “Nos hemos organizado y recibido cursos para informarnos, participamos en mesas de conversaciones para definir estrategias y así conocer qué puede servir y qué no”, explica Ospina.
En este mismo contexto, se suman los equipos de protección individuales (EPI). Estos respetan directrices determinadas, que incluye portar overoles blancos antifluidos, una bata quirúrgica azul de tela, guantes de látex y de sobremanejo (son de plástico y evitan contaminar objetos, en el caso que se requiera tomar con las manos un espejo facial o una lámpara), protección ocular, mascarillas y cobertor facial, para evitar el contacto con algún fluido. También son muy útiles las ‘full mask’, que son similares a las máscaras de buceo, que ofrecen una protección total del rostro de forma hermética.
Finalmente, el paciente, al momento de llegar, recibe una vestimenta, que comprende: bata quirúrgica, zapatones y gorra. En la atención previa, se le toma la temperatura, se pulveriza amonio cuaternario en su ropaje y se le dota de alcohol para las manos. Es atendido con instrumental esterilizado y se disponen barreras físicas, que lo separan del especialista. La infraestructura contiene cúpulas o armazones con láminas de acrílico y/o papel film. Por debajo del mentón se coloca un succionador de aire para atrapar los elementos en suspensión que se puedan desprender durante la intervención. Estas seguridades son optativas y se emplearán las que se consideren necesarias.
Estos procesos acatan normas establecidas por el Ministerio de Salud Pública, además de aquellas que cada profesional considere imprescindibles para cumplir con su actividad. Por disposición de esta Cartera de Estado, el paciente firma al ingresar un consentimiento para ser atendido bajo su responsabilidad. Al momento, se da prioridad a las emergencias.
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