Escapar del día, vivir por la noche, protegerse de los rayos ultravioletas a toda costa es un trastorno que acarrea problemas clínicos y psicosociales. Los pacientes pueden entrar en un cuadro ansioso-depresivo con consecuencias que pueden llegar a ser fatales.
La tanofobia es el miedo irracional a la exposición directa al sol. No existe una causa orgánica. Se la tipifica dentro de las fobias y su procedencia está marcada por muchos factores desencadenantes. Entre ellos, se puede mencionar un acontecimiento estresor agudo, socioambientales y desinformación. Es importante tener en cuenta que el paciente diagnosticado con esta con esta condición, tiene una personalidad premórbida. Es decir, cuenta con la predisposición que le hace aceptar sus temores como reales y le encauzan a este tipo de conducta.
El principal argumento para las personas que sufren esta enfermedad es la posibilidad de contraer cáncer por la exposición a los rayos ultravioletas. Por lo que llevan las medidas de prevención a acciones extremas, como usar protectores solares, gafas, gorras o capuchas, ropa repelente a la radiación, guantes y sombrillas.
El simple hecho de enfrentar una salida obligada (por un trámite personal, por ejemplo) hace que el día previo presenten episodios de ansiedad: dolor de cabeza, zumbido en los oídos, boca seca, sensación de falta de aire y sudoración. De allí que prefieren organizar su vida alrededor de la noche –incluso– para visitar espacios públicos.
Este comportamiento trae consecuencias clínicas para el organismo. El Dr. Armando Camino, médico psiquiatra coordinador del Área de Salud Mental del Hospital del Club de Leones y director del Grupo Psique Camino y Colaboradores, comenta que “la piel se despigmenta, se vuelve blanca y es más sensible para cualquier otro tipo de patologías dermatológicas. Una de las condiciones importantes es la ausencia de vitamina D, que se produce con la exposición a los rayos solares, y que contribuye a la fijación del calcio en los huesos. En consecuencia, son proclives a la osteoporosis”. Además, el debilitamiento de la piel como mecanismo protector eleva los porcentajes de desarrollar algún tipo de cáncer (mama, próstata, colon).
Este trastorno, a la par, influye en la vida psicosocial. Antiguos tratados no científicos lo definían, por las características exhibidas, como vampirismo. La realidad está completamente alejada de los ‘inmortales poderes’ de los personajes creados por la industria del entretenimiento. Existe un serio riesgo de que se deteriore la salud mental con el autoaislamiento. La falta de interacción social puede exacerbar los síntomas ocasionando un cuadro mixto ansioso-depresivo.
“Al ser una condición multicausal, el tratamiento también debe ser multimodal. Esto significa que debe ser llevado adelante por un equipo de salud mental, conformado por psicólogos, psiquiatras, trabajadores sociales, la familia y el entorno”, comenta el doctor Camino. Dependiendo de la escuela del profesional tratante, existe la posibilidad de inclinarse por una terapia cognitiva-conductual, mediante desensibilización sistémica, técnicas de autocontrol, exposición paulatina y progresiva a la luz solar; o, recurrir a la psicofarmacología, que se complementa con manejo de la respiración, interrupción del pensamiento o descarga emocional. “Mientras más temprano se diagnostica y se interviene hay un mejor pronóstico a largo plazo, evitando que esta conducta se consolide o se encapsule”, concluye el profesional.
