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El duelo sin despedida dificulta cerrar las heridas

Actualizado: 15 nov 2020

La pandemia ha obligado a los familiares de las personas fallecidas, a causa del covid-19, a mantener un duelo sin despedida. Esta situación profundiza las heridas emocionales pudiendo llegar a condiciones patológicas, que deben ser tratadas por un profesional. La terapia ayuda a proyectarse al futuro.


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La imposibilidad de acompañar al ser querido hasta el final de una enfermedad acentúa su ausencia. Fotos: Pixabay.

A inicios de mayo, los medios de comunicación presentaron la historia de William Armijos, quien llevaba 35 días averiguando por los restos de su madre, Lilian Cedeño, fallecida el 29 de marzo de 2020. Recibió un cofre con cenizas que, luego de una denuncia en Fiscalía, se determinó no correspondían al cuerpo buscado. Por el contrario, se confirmó que el cadáver reposaba en el contenedor de una morgue móvil del Hospital de Los Ceibos, en Guayaquil. Historias como esta se repitieron en la ciudad.


La saturación de las casas de salud y los protocolos de seguridad establecidos han obligado a los parientes de los pacientes, con diagnóstico de covid-19, a separarse al ingreso de los centros de acogida y, en un elevado porcentaje, a no volverlos a ver.


El Ministerio de Salud, en su infografía 182 (con corte al 27-08-2020), informó que el número de fallecidos en Ecuador por coronavirus alcanzó los 6 471. Esta cifra, sumada a los 111 219 casos positivos mediante PCR y pruebas rápidas, creó un escenario de incertidumbre. La pandemia ha conseguido que la población perciba a la muerte desde una perspectiva más cercana y real. Si bien cada individuo tiene una manera muy particular de enfrentarla, las circunstancias de una pérdida en condiciones extraordinarias, en las cuales desaparece la posibilidad de cumplir con una despedida, hace que el acontecimiento sea más traumático.


La psicóloga clínica, Azália Vásquez Aragón, del Centro Integral de Salud Otavalo, en Imbabura, explica que quienes han experimentado esta situación sufren un proceso de ausencia. Se origina una sensación similar a la que invade a los familiares de las personas desaparecidas, unida a un sentimiento de culpa, al encontrarse en la incapacidad de acompañarlos hasta el final de la enfermedad. El duelo sin ritual crea complicaciones al momento de cerrar heridas emocionales. En este contexto, entre las acciones que resultan muy útiles están: crear un jardín (o una parte de este) en su honor, aquí se puede realizar un acto que simule una ceremonia, de acuerdo con sus creencias; o, cumplir actividades en su memoria, que se enmarquen en los deseos y motivaciones que mantenía en vida (donación a hogares de niños, adopción de mascotas, etc.).


El proceso de duelo se debería desarrollar de manera natural en un período de un año, aproximadamente, dependiendo del ritmo de cada individuo. Una forma de autoayuda es recordar anécdotas con parientes y amigos; reorganizar la casa: pintarla de otro color, cambiar la ubicación de los muebles, colocar plantas y adornos; retirar las pertenencias del fallecido (en el momento en que la familia se sienta preparada para este paso); y, guardar las fotografías, al menos por un tiempo.


No obstante, según la profesional, hay ocasiones en las que se presentan: “Bloqueos y somatizaciones; sentir incapacidad de vivir sin su ser querido, dificultad para asumir la realidad; mostrarse abatido al mencionar al fallecido, perder el entusiasmo por todo y no tener metas; llorar y deprimirse, incluso cuando ha pasado un año o más del suceso”. Entonces, se perfila lo que se conoce como un duelo patológico, caracterizado por mostrar síntomas de alta intensidad y persistencia, que causa inconvenientes para realizar las actividades cotidianas.


Los niños, dependiendo de su edad, deben tener un tratamiento diferenciado. En los más pequeños es importante mantener las rutinas, la cercanía física y permanecer tiempo adicional con ellos para fortalecer su seguridad. Es fundamental “explicar con un lenguaje sencillo y claro, sin usar eufemismos, que la persona murió y que no podremos verla. Responder lo que pregunten, si ya están en edad de hacerlo. No dar explicaciones largas. Hablar las veces que sean necesarias, aunque pregunten lo mismo. A través del juego podemos tener información de cómo se sienten. Observarlos, en esos momentos, es importante”, explica la terapeuta.


Los escolares comprenden mejor lo que significa la muerte como evento final. Es preciso recordarles que no todos aquellos que padecen una enfermedad van a fallecer y hacerles notar la presencia, cuidado y afecto que les brindan los familiares, que están a su alrededor. Es recomendable realizar una agenda de actividades que involucre juegos, baile, aprender a tocar un instrumento, cantar o incursionar en proyectos nuevos de su interés. Esto les permitirá estar más tranquilos.


El principal consejo es que los padres cuiden de sí mismos. Su condición emocional será captada y, a veces, reproducida por los chicos. Si a pesar de los esfuerzos no existe un progreso, resulta necesario acudir a terapia. Esta, aplicada por un profesional expedito, conseguirá que el paciente manifieste sus sentimientos y dialogue sobre las circunstancias que lo afligen de una manera fluida. Y, lo más importante, aprenderá a reorganizar su vida diaria y proyectarse al futuro.



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