A escala mundial, uno de cada 2 000 nacidos es diagnosticado con esta afección, la más común y severa es la de tipo mielomeningocele.
Aliana, una bebé de 25 semanas de gestación, fue intervenida quirúrgicamente en el útero de su madre. Este procedimiento, que podría sonar increíble, se realizó durante cinco horas para corregir la espina bífida de la pequeña. La Fundación Metrofraternidad, el Hospital Metropolitano y un cuerpo médico voluntario de más de 15 especialistas permitieron su éxito.
La espina bífida es una malformación del tubo neural, debido a una falta de cierre de la columna vertebral y los tejidos que se superponen, que ocasionan que la médula espinal quede expuesta y sufra daños que afectan a la salud. Esta condición, según su tamaño y ubicación en la columna, puede perjudicar al sistema nervioso, lo que obliga al paciente a someterse a varias cirugías en sus primeros años de vida.
Sin embargo, cuando se interviene a tiempo, dentro del útero materno, hay una gran posibilidad de cerrar las capas de tejido (músculo y piel) y cubrir la médula espinal. Con esto se evita que los bebés queden parapléjicos o desarrollen hidrocefalia, entre otras complicaciones. Esta técnica se puede aplicar hasta la semana 26 de gestación, antes de que el líquido amniótico comience a generar daños químicos en la médula espinal.
Los médicos efectuaron una maniobra similar al de una cesárea, sacaron el útero de la madre; previamente, procedieron con una ecografía para encontrar la posición de Aliana y ubicarla de tal manera que, al momento de hacer el corte, la lesión esté justamente en el centro de la apertura. Diana Cañizares, de la Unidad de Metromedicina Fetal del Hospital Metropolitano, explica que “se debe hacer una incisión lejos de la placenta para evitar le sangrado. Se la hace de cinco a siete centímetros, para extraer el líquido amniótico”.
Para absorber este fluido, entre 250 ml y 300 ml, se utilizaron jeringas grandes de 60 ml, cada una. Se almacenó en un lugar estéril y se lo mantuvo caliente, “la cantidad que se pierde vuelve a ser producida por la bebé, una vez que se cierra el útero”, indica.
Los neurocirujanos repararon capa por capa la espalda, retiraron la membrana (esto se lo hace cuando se produce mielomeningocele) y despegaron cada uno de los minúsculos nervios, con ayuda de gafas con lupas o un microscopio.
Una vez que se separaron todos los nervios, se unieron una a una cada capa hasta la piel del feto, se volvió a introducir el líquido amniótico y un antibiótico para evitar infecciones. Se lo insertó dentro del vientre materno y se cosieron las capas que se abrieron (aponeurosis, músculos, tejidos subcutáneos y piel). El útero es cerrado, para evitar fuga del líquido.
La fase de preparación de las pacientes, para la cirugía, está regida por varias instancias: el primer paso es realizar un correcto diagnóstico para saber exactamente a qué nivel de la columna se encuentra el defecto. A este, se lo mide, para determinar la amplitud, y luego se valora el bienestar fetal. Se hace un estudio genético para analizar que no existan alteraciones cromosómicas, una de las contraindicaciones al realizar este tipo de cirugías.
A la mamá se le realizó una evaluación ecográfica seriada y exámenes para descartar sífilis, toxoplasma, rubiola, herpes y citomegalovirus. Durante la operación, fue anestesiada y se le suministró medicación para evitar las contracciones uterinas y evitar un parto prematuro. Luego de la cirugía, tendrá que ser revisada todas las semanas para evaluar a la bebé hasta su nacimiento, que será a las 36 semanas de gestación.
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