La ingesta diaria de productos derivados de la leche juega un papel importante durante la gestación y en los primeros meses y años del nacido. Conozca qué incluir en sus comidas.
Los lácteos constituyen una fuente de nutrientes importante para el ser humano. Cuando la madre espera un bebé o está en período de lactancia, su rol es aún más valioso y su aporte a la salud irremplazable.
En el caso de la leche, la provisión de calcio que entrega, es ideal para la mineralización ósea fetal y evita enfermedades que pueden aparecer en la etapa del embarazo: osteopenia, calambres musculares e incluso preeclampsia (trastorno hipertensivo).
El consumo de calcio mediante lácteos es el más recomendado. Esto responde, según explica la nutrióloga Valeria Barona, a que la absorción de este elemento por el organismo es superior, a cuando se lo hace con vegetales, como los chochos o frutos secos. “Hay que ingerir cinco porciones de lácteos, que pueden ser distribuidos a lo largo del día. Es decir, una taza o 30 gramos de yogur, leche, queso, entre otros. Si queremos combinar dos de ellos en un solo momento, está bien”.
Los niveles de calcio deben estar controlados, su deficiencia puede provocar partos prematuros. Entre los surtidores de energía para el feto están los hidratos de carbono, la lactosa los contiene. Esto ayudará a evitar recién nacidos con bajo peso, según explica la Organización Mundial de la Salud.
La cantidad del producto a ingerir no debe ser excesiva y dependerá de la salud de mamá. Es mejor lácteos enteros, porque la grasa es conveniente para el desarrollo cerebral del bebé. Sin embargo, si el gestante padece alguna dolencia como hipertensión o sobrepeso, puede buscar descremados. Un suplemento nutricional que contenga calcio y vitamina D también es una buena alternativa.
La mujer debe incorporar en su dieta lácteos, verduras, frutas, cereales, pescado y carne. No obstante, debe considerar que algunos bebés –en los primeros meses– pueden presentar intolerancia a la proteína de la leche de vaca, que reciben a través de la lactancia materna. En estos casos, a decir de Barona, “es recomendable disminuir su consumo desde el parto, hasta que el neonato cumpla tres meses, para evitar complicaciones”.
Otro de los grandes beneficios es que contienen compuestos que dan una mano al sistema inmune. Entre ellos, los péptidos biológicamente activos, presencia de microorganismos probióticos y vitaminas A, B y D. Las proteínas de la leche tienen diversas actividades biológicas, algunas son antioxidantes, antiinflamatorias e inmuno protectoras. Las bacterias ácido-lácticas del queso, generan compuestos como las bacteriocinas, que ejercen efectos positivos al aumentar las defensas.
La leche de vaca está compuesta, en promedio, por un 87% de agua, que aporta a la hidratación; 4,2% de hidratos de carbono, que se encuentra en la lactosa; 3,5% de proteínas, 4% de grasa y 0,8% minerales. Además, en ella están presentes los micronutrientes como magnesio, selenio, yodo y vitaminas A, D, riboflavina (B2) y folato (ácido fólico).
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