El licor tiene varios efectos en el organismo y en la capacidad de tomar decisiones. Su consumo excesivo puede traer consecuencias en la salud y en la vida social.
Las celebraciones que se cumplen en diciembre son inconcebibles sin que exista un brindis en la mayoría de reuniones sociales. También es un mes que se presta para el exceso. En Ecuador, de acuerdo a una encuesta realizada por el INEC en 2013, más de 900 000 personas afirmaron ser consumidoras de alcohol, en un rango etario de entre 12 y más de 65 años. Y, el grupo más farrero está integrado por los jóvenes de 19 a 24 años, que conforman el 12% de los bebedores regulares.
Este estimulante, de expendio libre, es el recurso ideal para alegrar todas las fiestas. No obstante, luego de las sonrisas aparece el llanto. Esto, desde el campo científico y de la salud, tiene su explicación. El Dr. Armando Camino, médico psiquiatra coordinador del Área de Salud Mental del Hospital del Club de Leones y director del Grupo Psique Camino y Colaboradores, comenta que “cuando se comienzan a ingerir las primeras copas, se presentan cambios importantes en el comportamiento, como la desinhibición y una actitud expansiva. Pero, si la ingesta es copiosa sus efectos conducen a una conducta depresora”.
En el contexto internacional, el límite legal admisible es de 0,08 a 0,10 gramos de alcohol por litro de sangre. En esta última medición, ya se presentan dificultades en la pronunciación de las palabras. Para tener una idea de la proporción, un registro de 0,50 equivale a seis vasos de cerveza. El alcohol puede ser detectado en la sangre a los cinco minutos de haber sido ingerido. Y para su eliminación del organismo intervienen varios factores como: la cantidad y rapidez con la cual se lo consumió; características de la bebida (si son destiladas, fermentadas o combinadas con gaseosa); tener el estómago vacío o lleno; edad, sexo y peso del consumidor; hora del día (el proceso es más lento durante el período de sueño); y, estado de ánimo.
Estas son algunas de las fases y sintomatología que todo bebedor, en algún momento, experimentó:
Etapa 1. De unos sorbos a no soltar el vaso
Se caracteriza por la desinhibición. La persona se siente cómoda y desarrolla una charla fluida, acompañada de risas estridentes y exaltación de las virtudes en el otro.
Etapa 2. Felicidad extrema e instintos primarios
Domina el sentimiento y aparecen los cantos a todo pulmón. Es el momento de decir las ‘verdades’ y surgen llamadas a los/as ex. Al igual que las miradas de acoso sexual.
Etapa 3. Con la lengua pastosa, pero inocente al fin
Las palabras son arrastradas: “Sadud pod da amiztá”. Se marca autosuficiencia: “yo pago”, “yo conduzco”. Y, existe desplazamiento de la culpa: “Me pusieron algo en la copa”.
Etapa 4. La caída fue ‘accidental’. Todo está bien
La pérdida de equilibrio es posible que haya ocasionado más de un accidente en la pista. Comienzan las lagunas mentales y terquedad: “Nadie me saca de este lugar. Estoy bien”.
Etapa 5. Sin memoria, con culpa y tras la enmienda
Ahora la amnesia es total, matizada de incredulidad: “¿Que me besé con quién?”. Viene el recuento de daños: “Y, ¿mi celular?”. Y, finalmente, el gran propósito: “No vuelvo a beber”.
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