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La sofofobia es el pánico al aprendizaje y la escuela

El retorno al régimen escolar marca una etapa de cambio para los chicos. En este período es preciso que los padres pongan atención al comportamiento de sus hijos. La resistencia a acudir al recinto de estudios puede ser un indicador de que existe un problema emocional.

Niña con las manos en la cabeza asustada en clase.
Fotos: Freepik

La sofofobia está definida como una fobia específica. Se caracteriza por el aparecimiento de angustia, ansiedad y preocupación, que se origina en dos momentos: durante la fase de adquirir nuevos conocimientos y sobre el ambiente en el que se los imparte. No solo es el rechazo al aprendizaje, sino también a las experiencias previas, a la comunidad académica y a la convivencia con los pares dentro de la institución.


El origen es multicausal y no hay una edad en la que se pueda observar un mayor grado de incidencia. Más bien obedece a los procesos de cambio que enfrentan los niños –e incluso los jóvenes– para los cuales no están preparados. En el caso de los más pequeños, al ingresar a educación inicial 1 y 2 (de 3 o 4 años de edad), sienten que han sido abandonados en un lugar desconocido para ellos y con personas extrañas, sin la certeza de que volverán a casa. Esto puede generar una crisis de ansiedad, que en la mayoría de eventos son confundidos con rabietas.


Diana Marcela Álvarez, psicoterapeuta y neuropsicóloga.
Diana Marcela Álvarez, psicoterapeuta y neuropsicóloga. Foto: cortesía Diana Marcela Álvarez.

De acuerdo con Diana Marcela Álvarez, psicoterapeuta y neuropsicóloga del Centro Psicológico y de Fisioterapia Óptimamente, los síntomas para detectar el problema se los puede analizar en tres áreas: la cognitiva, en la cual se expresan pensamientos intrusivos a través del lenguaje, con frases como “no puedo”, “no sirvo” o “los demás hacen las cosas mejor que yo”; fisiológica, en pequeños que no son muy expresivos es frecuente observar que su cuerpo da señales como molestias estomacales, dolores musculares y de cabeza, agitación en el pecho, pérdida o incremento de apetito, exceso de sueño (este es un mecanismo de defensa que busca retrasar las actividades diarias) o insomnio; y, conductual, que se aprecia en la evitación de las situaciones que le pueden producir miedo.


“La dificultad para controlar esfínteres también es un indicador. Sin embargo, no existen síntomas específicos, son manifestaciones varias y diversas. Cada niño es un mundo. Lo que sí, son expresiones que alertan e indican que algo sucede”, expresa la psicóloga clínica.


Los pasos a seguir cuando se detecta este cuadro son: en primer lugar, hacer un análisis al entorno familiar. Los puntos de atención deben estar enfocados en aquellos aspectos que pueden ocasionar inestabilidad emocional, como un divorcio o un duelo. El segundo momento de exploración es en la institución educativa. Es necesario determinar si no se presenta algún tipo de maltrato físico o psicológico por parte de compañeros o incluso profesores. Aunque es la excepción, pero se puede afirmar que algunos maestros usan métodos represivos para imponer respeto o disciplina en las aulas, produciendo temor en los educandos.

Superadas estas dos instancias (casa y escuela), la siguiente acción es derivar la atención del niño a un profesional. Este creará estrategias familiares e individuales para confrontar el miedo progresivamente. “Si el trastorno es intenso, sobre todo en adolescentes, hay la posibilidad de realizar un abordaje farmacológico. Esta medida está dentro del protocolo y del trabajo articulado”, comenta Álvarez.

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